22.2.08

Leonardo Milla

Tenía que llamar o escribir a Leonardo Milla. Hoy me enteré que sólo podía escribirle. La semana pasada fui al bautizo de un libro con el único propósito de encontrarme con él. Desde diciembre o noviembre del año pasado no lo veía. Las fechas en estos casos son de menor importancia, porque siempre teníamos una conversación pendiente. No importaba cuánto tiempo teníamos sin conversar, la conversación continuaba como si la hubiéramos interrumpido tan sólo hace unos minutos. El hilo se retomaba bien en un desayuno, almuerzo, por el chat, teléfono o en un bautizo que terminaba en una cena con un buen vino. La conversación siempre giraba sobre los libros.

La semana pasada no lo encontré, por tanto, el ritual del bautizo fue breve para mí. Busqué a Leonardo entre los invitados porque pensé que lo iba a encontrar en el rincón de la librería, siempre al lado de Cristina, prestando la debida atención a las palabras del orador. Pero no fue así. Cuando pregunté por él me dijeron que estaba mal. Le dije a Ulises, su hijo, o a Carola, su sobrina, ya no recuerdo a quién, que lo iba llamar. Me dijeron que mejor no lo hiciera.

Hoy me disponía a llamarle o escribirle, a sabiendas de que contravenía a sus familiares. Teníamos mucho tiempo sin conversar y eso ya me estaba pesando. Por esta época, desde hace casi un lustro, nos reuníamos para saber qué fue lo que pasó el año anterior y hacernos algunas preguntas para tratar de entender lo que está por venir, en lo que se refiere al mundo editorial en Venezuela, y siempre terminábamos ríendo porque si algo entendíamos del mundo del libro, todo es difuso. Saber cuál va a ser el libro o escritor que va a calar en el mercado venezolano o en cualquier otro país, es algo que dejaba al azar. Los éxitos y fracasos en materia editorial, siempre eran una sorpresa para él.